viernes, 19 de agosto de 2016

Una raza propia: los Hálarond.

—¿No recuerdas la canción? —respondió Déloth ante la curiosidad del hombre—. Somos Espíritus de Árboles. Cuando un árbol se seca, su alma pasa a un estado superior, y algunos adoptan forma humana, como los Hálarond. Por eso, pese a nuestra apariencia actual, guardamos aún parecido con el árbol del que un día formamos parte. Yo fui un haya, y viví cientos de años, y ahora espero poder seguir aportando algo al mundo bajo este nuevo aspecto durante al menos otros tantos años. Los Hálarond envejecemos muy despacio, pero podemos morir como cualquier criatura de este mundo. Nuestra savia no deja de ser roja, como vuestra sangre. Tenemos las mismas debilidades que los Hombres; podemos llorar o reír como bien has comprobado durante tu estancia en Táluth. Pero de la misma manera que hay árboles malvados, también algunos Hálarond han conocido la codicia, la envidia o el odio, una minoría por fortuna.

De esta manera se describe a sí mismo y a su raza, Déloth, el fiel compañero que Edam tendrá a su lado en su viaje hacia Léithlam. Pero, ¿es una raza propia o sacada de alguna mitología antigua?
       Cuando empecé a escribir El Despertar de la Leyenda, allá por los años 98-99 del pasado siglo, no existía esta raza, no la había creado aún. Por aquel entonces, el Bosque Verde estaba habitado por elfos, y Táluth era su capital. Algún tiempo después, decidí eliminar a los elfos de mi universo; no me encajaban bien, o no todo lo bien que yo quería. ¿Demasiado perfectos? Quizá.
         El caso es que desde siempre me han gustado los árboles: son altos (o muy altos) y majestuosos, crece hierba a su alrededor, los pájaros se detienen en sus ramas (los mirlos a última hora de la tarde parecen mimetizarse con el mismo árbol y cantan una melodía de una belleza increíble), muchos animales tratan de huir del calor buscando su sombra, o, en días de lluvia, son un excelente paraguas natural. Y no pocos enamorados han dado rienda suelta a su pasión con un árbol como testigo. ¡Ay, si algunos hablasen! Caerían reinos y sucumbirían naciones enteras... En definitiva, donde hay árboles, hay vida. Así que intenté canalizar esa vida a través de una raza, y para ello utilicé lo que ya tenía escrito sobre los Hálarond (recordad que eran elfos en un principio). Como bien explica Déloth, son espíritus de árboles que, tras morir, se transforman en unos seres parecidos a los humanos, pero con características propias. En Rodania no fueron numerosos, y sólo habitaron el Bosque Verde. Construyeron su capital, Táluth, en el mismo corazón del bosque. Por supuesto, jamás atentaban contra los árboles, y para hacer sillas o mesas utilizaban madera muerta sólo, lo mismo que para el resto de utensilios. Odiaban el hierro, y en especial las hachas. Para cortar utilizaban filos de piedras. Eran también pastores, y tenían sus rebaños de ovejas en las proximidades del Bosque Verde. Les gustaba mucho beber, y creaban numerosos licores que se les subían rápidamente a la cabeza. Adoraban las canciones y los bailes. Eran muy alegres y risueños, y muy bromistas, a veces en exceso. Pero cuando las cosas se tornaban serias, cambiaban el semblante y se involucraban en el asunto con decisión (así sucedió cuando Edam visitó Táluth). Tuvieron muy pocos señores, pues fue una raza que no duró más de una edad en Rodania, y entre ellos destacó Doroel, que además tenía el poder de leer las mentes ajenas, sobre todo las de los débiles Hombres. Eran excelentes guerreros, aunque detestaban la lucha, y como arma preferida usaban el arco. Conocieron el mal (como bien explica Déloth), pero ese hecho no está narrado en El Despertar de la Leyenda, un hecho doloroso que habían borrado de su memoria. Les afectaba mucho la oscuridad, aunque de noche también podían ser grandes rivales en combate.
            El nombre Hálarond viene de Hálar, el primer Señor de Táluth (personaje misterioso del que en la continuación de EDDLL hablaré). No se sabe de dónde vinieron, y en su desaparición se dieron también circunstancias muy extrañas: pasaron de la noche a la mañana a convertirse en lágrimas de lluvia, pero nadie (excepto el Árbol Que Habla) fue testigo de ello. Estos hechos se relatan en la continuación de EDDLL.
       Una raza, los Hálarond, por tanto propia y que refleja el amor de este humilde autor por la naturaleza y los árboles.

jueves, 18 de agosto de 2016

¿Hay historia de amor en EDDLL?

Pues eso me preguntaron el otro día por mensaje privado. ¿Hay alguna gran historia romántica de esas que te dejan sin aliento? Y mi respuesta fue un sí rotundo. Si lo que el lector/a espera es el arquetipo chico conoce a chica, se miran, se besan y se prometen amor eterno, pues a lo mejor se lleva un chasco... La gran historia de amor es la de su protagonista con la naturaleza, con los seres y razas de Rodania, con sus ríos y bosques, con sus montañas y desiertos. Edam Thélder es, ante todo, un ecologista más de nuestro tiempo, alguien que respeta el medio y se admira con la belleza, a veces terrible, como la de las tormentas, de la Naturaleza.
       Pero existen más historias de amor: la de una hija a un padre y viceversa, la de un rey por sus súbditos, la de unos compañeros de viaje que se querrán por encima de diferencias (que las tienen, y a veces muy acentuadas)...
       De acuerdo, quizá esto os parezca, queridas lectoras y lectores, una explicación algo sosa. Sí, está muy bien ese variado de amores, pero lo que algunos exigen de una historia de amor es que cumpla las características que enunciaba al principio. Y os respondo: sí, también existe una gran historia de amor, quizá no tan explícita, y además habrá que esperar al final de la novela para encontrarla. Pero ese amor será uno de los pilares sobre los que se sustente la continuación de EDDLL, un amor que tendrá visos de imposible y que habrá de resistir no pocas visicitudes para probar su fortaleza. Será un amor legendario, inspirador de romances y canciones.

martes, 9 de agosto de 2016

Así comienza mi segunda novela

PRÓLOGO

EN UN LUGAR SIN NOMBRE NI MEMORIA…

Los gritos de la parturienta se escucharon por todos los rincones de palacio.
       -¡Rápido, traed agua por favor, y unos paños limpios! –exclamaba con angustia su dama de compañía, hecha un manojo de nervios.
       -El niño viene del revés –dijo un médico, mientras palpaba con su mano experta el vientre de la madre-. Sólo uno de los dos vivirá. Será el esposo el que decida. ¿Dónde está?
       -¡Ha partido a la guerra, y no es probable que regrese pronto! –respondió la dama de compañía, envuelta en una sábana de lágrimas-. ¡Aguantad, Mi Señora, todo saldrá bien!
       -Si… si ha de sobrevivir alguien, que sea mi hijo –respondió a duras penas la madre, aún consciente, y con un nuevo grito de dolor.
       El médico entonces asintió levemente, luego le secó el sudor que inundaba su frente y le pidió a la dama de compañía que le ayudase en su tarea: iba a abrirle el vientre como si fuera la corteza de un melón. La madre poco a poco fue perdiendo el conocimiento, pues sufría un gran malestar, y se dejaba vencer en brazos de la muerte. Pero apenas unos minutos después, un llanto de vida inundó la sala. El médico tomó en sus manos a esa pequeña criatura, a la que cortó el cordón umbilical y luego anudó para que no se desangrase. A continuación, le dijo a la dama de compañía:
       -¡Tomad! Limpiadle la sangre y dadle de comer. Hasta que su padre regrese, vos os haréis cargo de su cuidado, pues por desgracia la madre ya no volverá a caminar por la senda de los vivos.
       La dama de compañía lloró amargamente la pérdida de su señora, pero de inmediato se secó las lágrimas y apretó con fuerza a aquel niño contra su pecho –un precioso niño de pelo negro y lacio, ojos verde aceituna y tez blanca como la harina-; luego le acunó y le cantó una nana para tranquilizar su llanto.

       Pero algún tiempo después, llegaron hasta el palacio terribles nuevas, unas nuevas que anunciaban la muerte del padre, y aquel niño quedó huérfano del todo –pues ninguno de sus progenitores tenía familia cercana-. Sin embargo, el destino le tenía reservada una importante tarea.

viernes, 5 de agosto de 2016

Construyendo Rodania: la creación y evolución de un mundo fantástico.

Últimamente, en los blogs literarios se ha puesto de moda dar consejos sobre todas las cosas. También he leído algunas reseñas sobre cómo construir tu mundo fantástico. No voy a entrar en si me parece bien o mal; entiendo que a mucha gente le puede servir de ayuda. Yo, que no soy de dar muchos consejos, pondría dos pilares sobre los que sustentar ese universo. Uno, tener conocimientos geográficos. Ya puede bajar San Pedro del cielo que un río nunca nacerá en el mar y desembocará en las montañas; o, si el continente está en el hemisferio norte, será precisamente al norte donde haga más frío, y, al sur, más calor. El segundo pilar es, para mí, incluso más importante, y es que coja poso. Vale, eres un genio y has creado tu universo en dos meses, pero no tendrá ese aroma a mundo viejo si no has cambiado veinte mil veces un nombre, has ideado mil batallas, le has dotado de unos hechos históricos, unas ciudades en ruinas, etc.
       ¿Y a qué viene esta perorata? Pues precisamente a que he encontrado mucho material antiguo de mi universo, de Rodania. Para que el lector vea por dónde van mis tiros, he cambiado tanto el continente que casi no tiene nada que ver lo que concebí con lo que ahora tengo y que está a disposición del lector. A medida que creaba historias, Rodania fue evolucionando; es como cuando miras un atlas histórico. Por cambiar, cambié hasta tres veces el nombre. Al principio no tenía, y, cómo no se me ocurría ninguno atractivo, decidí llamarlo Tierra de Nadie. Luego, la novela que empecé a escribir -verdadero génesis de El Despertar de la Leyenda-, reafirmó el nombre (a veces se dan estas "casualidades", bien lo saben todos los que escriben fantasía). En esa misma novela se hablaba de un personaje, Rodán (un Plinio el Viejo, un Estrabón, un Humboldt propio), que había sido el primero en describir puntualmente la Tierra de Nadie, con sus ríos, sus montañas, sus regiones, historia, pueblos, especies vegetales y animales... Fue entonces cuando decidí modificar el nombre de mi mundo de manera definitiva. ¿Acaso no había mejor manera de honrar a tan noble personaje que dándole su nombre a todo un continente? Y se quedó con Rodania. Pero claro, Rodán vivió en un periodo posterior a la llegada de los Místoner (creo que he hablado de ellos alguna vez; y son, literalmente, los "Hombres del Este"). ¿Qué nombre, pues, había recibido Rodania antes? Como Tierra de Nadie me pareció algo soso, me fijé en uno de los reinos que habían surgido de los Místoner, Albanor, situado en lo más al este del continente. Así pues, a partir de entonces, y desechado de manera definitiva el topónimo Tierra de Nadie, sólo dos aparecerían en las historias y relatos: Albanor y, el más moderno, Rodania. Os adjunto el primer mapa que hice una noche de noviembre, creo, bastante esquemático pero que, en cuanto a estructura (costas, ríos y montañas), no ha variado demasiado.




Como os digo, un universo tiene que evolucionar. De la misma forma que las fronteras de nuestro mundo actual se han movido más que el rabo seccionado de una lagartija, en Rodania pasa lo mismo. Eso ha incidido de manera notoria en la toponimia, no sólo de los ríos, bosques y regiones, también de las ciudades y fortalezas (alguno de esos nombres incluso no fue más que un rumor lanzado al viento). Este mapa posterior que os voy a mostrar recoge ya las tierras de Rodania (recordemos, por entonces Tierra de Nadie) en toda su amplitud.


Como curiosidad, apuntar que el nombre de Rodania ya aparece aquí. Se trata de la región situada más al este, en una península que recuerda, por su forma, a la de Kola, en Rusia.




Años después, a medida que iba ampliando el universo rodánico, me vi "obligado" a crear un nuevo mapa, coloreado, extra grande, y dividido en seis para no agobiar al explorador (como me gusta llamar a los lectores). Esta es la parte cinco, y en ella se pueden descubrir algunos lugares que se mencionan en El Despertar de la Leyenda, pero con distinto nombre. Así, en EDDLL se habla del Reino de Narghaz (Aloria en este mapa); su capital, Narfaluum, aparece como Nargrod. También (en EDDLL) se hace especial mención a los Magos de Angör. Estos tienen su residencia en la ciudad de Dólendhal (situada en lo alto de una montaña y a la que sólo se puede acceder atravesando las Siete Puertas de Mármol*), si bien en este mapa recibe el nombre de Éretior. Y así, con más lugares y nombres





Rodania siguió su evolución. Edité los mapas coloreados para darles un toque algo más profesional, y de paso cambié toda la toponimia necesaria. En principio, así es como iba a aparecer en El Despertar de la Leyenda (y así lo presenté a varias editoriales), pero me pareció que era algo cutre para el grado de profesionalidad que buscaba. Y entonces encontré a Manolo de Epic Maps, que me hizo... en fin, ved el resultado.























*-Ésta es la primera de las Siete Puertas de Mármol que custodian la ciudad –comentó Er-Haleth-. Nadie jamás ha podido abatirlas, excepto cuando Dólendhal fue saqueada por las tropas de Númgör. Yo he de dejaros aquí, pues he de regresar a Eblem. Decid la contraseña para pasar y accederéis a un túnel interior, con muchos escalones de piedra tallados en las mismas entrañas de la montaña. El camino es largo y agotador, pero la recompensa de ver Dólendhal bien merece el esfuerzo. ¡Adiós!... (de la continuación de El Despertar de la Leyenda, capítulo 19, Una ciudad en las nubes)

jueves, 4 de agosto de 2016

Fragmento de la Balada de los Místoner

Entre las joyas que aún conservo está este fragmento de lo que iba a ser un poema épico al estilo de la Balada de los Hijos de Húrin de Tolkien, que, como sabéis, se inspiró a su vez en poemas como Beowulf o El Cantar de los Nibelungos, donde abunda la aliteración como recurso estilístico. Fue un proyecto truncado pero, ¿quién sabe si retomarlo algún día?.

No hubo ni hay ni habrá
estirpe con el arrojo y valentía de los Místoner,
arrogantes y dichosos,
altos y hermosos,
de rostros albos, cabellos trigueños,
corazones forjados por el Destino Oculto.
Jamás nadie oprimirá su valor,
pues, como la tierra imperecedera,
sus cuerpos ya reposan bajo las ruinas de los traidores de Dárnor.

Así, de esta manera digamos tan atrayente, comienza el poema. La verdad, no sé qué quise decir con "Destino Oculto", ni por qué lo puse en mayúscula; supongo que sería algún hecho o algún recuerdo concreto. Sí que se menciona uno de los pasajes más recordados en los libros de historia de Rodania, que es la Traición de los Nagorianos. Estos hombres, de gran longevidad, luego se convertirían en la guardia personal de Garwieth, la Dama de las Tinieblas, la Ijana que se volvió cruel por amor... aunque esa historia se cuenta en la continuación de El Despertar de la Leyenda. La Traición fue tal que durante mi años ningún hombre puso el pie en la ciudad que habían erigido como capital, Dárnor, pues se consideraba un lugar maldito. En el poema pretendía, no sólo hablar del origen y llegada de los Místoner a Rodania, procedentes del Mundo Extenso, si no narrar toda su historia. Pero su fuerte era, sin duda, esa traición, ese hecho que marcó para siempre la historia de Rodania, el génesis de todo mal. El poema continuaba así:

En aquellos días
la brisa paseaba entre las oscuras ruinas; en viento silbaba
y arrastraba todo un reino que en los albores de la Edad
levantaron los Místoner sobre pilares de guerra.
Tiempo atrás, los Sabios habían pronosticado su terrible final,
pues vieron en los pozos del futuro la terrible confrontación,
lamentos y llantos de mujeres y niños,
sangre y dolor en los rostros de los Hombres.
Dárnor y Orias acabaron reducidas a cenizas;
el enfrentamiento fratricida fue cruel.
Algond era un malvado rey, hijo de Hilgond de Orias,
que poseía una ingente riqueza,
producto del saqueo y el robo constante
que con gran crueldad y menos escrúpulos había conseguido.
Sus hijas, decían, eran Ijanas,
hechiceras con su horrible pecho al hombro,
que realizaban sus conjuros en lo más profundo del Bosque de Angör.

Vemos que hasta aquí no se nos cuenta nada especialmente nuevo, aunque aparece ya uno de los actores principales, Algond de Orias. Orias era la capital del Reino de Angör, el primero de los que fundaron los Místoner. Los Sabios de los que habla esta parte del poema no son más que druidas, pero también son importantes porque acabarían convirtiéndose en los Magos de Angör, erigiendo una nueva capital, Dólendhal, y siendo decisivos en los acontecimientos futuros que vinieron después, entre ellos todo lo relacionado con la pequeña historia que se nos narra en El Despertar de la Leyenda. Como vemos, la base del poema incide en la guerra y en el dolor que causó, dolor que se mantuvo indeleble en la mente de todos los hombres hasta el fin de Rodania, como un estigma imperecedero que llevaban marcado de nacimiento. Los versos siguientes aceleran los acontecimientos y pasan por alto muchas de las desavenencias que se produjeron en el seno de los Místoner (quizá mi idea era escribirlo sin orden, para empalmarlo más adelante). Se trata, pues, de un hecho posterior, pues nos habla ya de manera subliminal de una de las divisiones entre los Místoner, la de los Nagorianos (aunque no se los menciona como tal), que habitaban en Merángör y su capital, Dárnor.

Hubo guerra entre todos,
Orias fue medio derruida por las fauces Mortales de Dárnor,
cada golpe retumbaba como un trueno en la tormenta,
enorme máquina bélica capaz de aplastar cualquier alma.
Una alianza poderosa llegó desde los abismos:
los Hombres de Piedra llegaron a tiempo,
los malvados huyeron, el rey hecho prisionero fue,
la vida perdonada le fue de antemano,
pero sus hijos cargaron con su desgracia de por vida...

Aquí concluye. Es difícil saber de qué rey se trata (no creo que fuera Algond, ya que los acontecimientos que se narran parecen ser muy posteriores a su dominio). Es un poema que incide, como digo, en los terribles y, a la larga, decisivos acontecimientos que se produjeron unos cuantos de miles de años después.